LA CRITICA DE LA RAZON ES, AL FIN Y A LA POSTRE, UNA EMPRESA RACIONAL.
De la materia a la razón. José Ferrater Mora.
Aunque el vocablo “razón” figura en el título de esta obra, no hay en ella ningún análisis del sentido que cabe dar a términos como “razón” o “racionalidad”. Pero se presupone como mínimo que estos términos no designan ni facultades especiales ni estructuras más o menos “inteligibles” determinadas. Designan simplemente modos como ciertos seres vivientes funcionan en el mundo. La razón y la racionalidad son métodos empleados por ciertos seres vivientes --de los que conocemos sobre todo los seres humanos--. El ejercicio de la racionalidad tiene un carácter muy amplio. Desde luego, consiste en establecer en qué condiciones cabe aceptar ciertas afirmaciones como verdaderas y rechazar otras como falsas. Consiste asimismo en establecer qué medios pueden emplearse con el fin de alcanzar ciertos fines, y especialmente con el fin de comportarse de tales o cuales modos. Con ello parece que se determina dogmáticamente en qué consiste el ejercicio de la racionalidad. Pero si se miran bien las cosas se verá que no hay en ello nada de dogmático, porque las condiciones mismas que se establecen para alcanzar un conocimiento adecuado y para comportarse adecuadamente son de carácter fuertemente crítico. El ejercicio de la racionalidad conlleva su propia corrección y, desde este punto de vista, representa una emancipación de todo dogma. En tanto que puesta en práctica de ciertos métodos, la razón, o la racionalidad, forman parte del mundo. La actividad racional emerge de la materia a través de una serie de niveles organizados en continuos y formando sistemas. En virtud de ello he aludido a una especie de gran arco o despliegue que va “de la materia a la razón”. Este arco o despliegue constituye el mundo mismo, dentro de cuya trama se encuentran todos los “sentidos” y las “significaciones” que puedan descubrirse y que pueden irse produciendo. En la medida en que la racionalidad se somete a autocrítica, constituye una tarea o actividad nunca agotada, y posiblemente nunca agotable. Esta última condición puede producir en algunos espíritus reflexivos cierto desaliento. De ahí la pregunta de por qué los seres humanos, que, en la medida de nuestros conocimientos, son quienes más gozan, o padecen, la limitación antedicha, pueden seguir aferrándose a la racionalidad. Atraído por el “concepto esperanza”, de Ernst Bolch, y a la vez reticente con respecto a él, cabría preguntar, como ha hecho Javier Muguerza: ¿no será el ejercicio de la razón una buena razón para hablar de una “razón sin esperanza”? Paradójicamente, ninguna respuesta medianamente satisfactoria a esta pregunta parece poder ser completamente razonada. A esta luz cabe entender la frase: “con esperanza, sin esperanza y aun contra toda esperanza (la razón es) nuestro único asidero” (Muguerza, 1977, pág. 289). Pág. 187-188.
En rigor, cuando la “razón” y la “racionalidad” fallan, es porque no se entienden en un sentido suficientemente amplio, es decir, porque, según ha mostrado Jesús Mosterin (1977, pág. 76-84), se atiende a racionalidades incompletas o parciales. La razón y la racionalidad constituyen un problema, pero uno que puede ser dilucidado racionalmente. La crítica de la razón es, al fin y a la postre, una empresa racional. Así, la razón y la racionalidad, tomadas en sentido suficientemente amplio, no se cierran a los problemas, sino que más bien se abren a ellos. Pág. 196.
La razón está sujeta a error, pero es la única facultad capaz de autoanalizarse, rectificarse o confirmarse en un proceso sin fin. Sólo ella penetra en el dominio de lo emocional para desvelar sus motivaciones y sus estructuras, y juzga y da cuenta de las llamadas actualmente --a menudo con velada intención apologética-- diversas racionalidades. Incluso lo que designamos como lo irracional entra en la órbita de la conciencia y de la reflexión mediante el aparato de la razón. En suma, la razón es el mismo juez, aun en la crítica de sí misma. Pág. 29.
El enemigo del ser humano no es la razón, sino el mal uso de la razón, o la supresión de la razón. Sólo una ética individual y colectiva basada en la razón es la garantía de una vida digna y solidaria. Pág. 60.
La explicación racional de lo existente se ha hecho ciertamente más ardua, compleja y probablemente más problemática, aunque jamás se desconfíe de la razón como la vía privilegiada hacia el conocimiento y supremo juez de todo, incluida ella misma. El nervio de la explicación racional sigue siendo la relación de causalidad entre los fenómenos. Pág. 64.
El subterfugio de afirmar que la razón es múltiple, a fin de eludir, en la práctica teórica, las reglas universales del discurso racional en cuanto tal, debe ser rechazado como lo que es. La razón es una y la misma, en su función humana de conocer, y su adaptación metodológica a las singularidades o sinuosidades de cada objeto no invalida ni los principios lógicos, ni las reglas de observación, ni las exigencias de intersubjetividad, ni las posibilidades de objetivación, y aun de experimentación y mensurabilidad bajo ciertas condiciones, que deben dirigir, todos ellos, el ejercicio de esa función cognoscitiva. Pág. 173.
LA CRITICA DE LA RAZON ES, AL FIN Y A LA POSTRE, UNA EMPRESA RACIONAL.
ResponderEliminarDe la materia a la razón. José Ferrater Mora.
Aunque el vocablo “razón” figura en el título de esta obra, no hay en ella ningún análisis del sentido que cabe dar a términos como “razón” o “racionalidad”. Pero se presupone como mínimo que estos términos no designan ni facultades especiales ni estructuras más o menos “inteligibles” determinadas. Designan simplemente modos como ciertos seres vivientes funcionan en el mundo.
La razón y la racionalidad son métodos empleados por ciertos seres vivientes --de los que conocemos sobre todo los seres humanos--. El ejercicio de la racionalidad tiene un carácter muy amplio. Desde luego, consiste en establecer en qué condiciones cabe aceptar ciertas afirmaciones como verdaderas y rechazar otras como falsas. Consiste asimismo en establecer qué medios pueden emplearse con el fin de alcanzar ciertos fines, y especialmente con el fin de comportarse de tales o cuales modos. Con ello parece que se determina dogmáticamente en qué consiste el ejercicio de la racionalidad. Pero si se miran bien las cosas se verá que no hay en ello nada de dogmático, porque las condiciones mismas que se establecen para alcanzar un conocimiento adecuado y para comportarse adecuadamente son de carácter fuertemente crítico. El ejercicio de la racionalidad conlleva su propia corrección y, desde este punto de vista, representa una emancipación de todo dogma.
En tanto que puesta en práctica de ciertos métodos, la razón, o la racionalidad, forman parte del mundo. La actividad racional emerge de la materia a través de una serie de niveles organizados en continuos y formando sistemas.
En virtud de ello he aludido a una especie de gran arco o despliegue que va “de la materia a la razón”. Este arco o despliegue constituye el mundo mismo, dentro de cuya trama se encuentran todos los “sentidos” y las “significaciones” que puedan descubrirse y que pueden irse produciendo. En la medida en que la racionalidad se somete a autocrítica, constituye una tarea o actividad nunca agotada, y posiblemente nunca agotable. Esta última condición puede producir en algunos espíritus reflexivos cierto desaliento. De ahí la pregunta de por qué los seres humanos, que, en la medida de nuestros conocimientos, son quienes más gozan, o padecen, la limitación antedicha, pueden seguir aferrándose a la racionalidad. Atraído por el “concepto esperanza”, de Ernst Bolch, y a la vez reticente con respecto a él, cabría preguntar, como ha hecho Javier Muguerza: ¿no será el ejercicio de la razón una buena razón para hablar de una “razón sin esperanza”?
Paradójicamente, ninguna respuesta medianamente satisfactoria a esta pregunta parece poder ser completamente razonada. A esta luz cabe entender la frase: “con esperanza, sin esperanza y aun contra toda esperanza (la razón es) nuestro único asidero” (Muguerza, 1977, pág. 289).
Pág. 187-188.
En rigor, cuando la “razón” y la “racionalidad” fallan, es porque no se entienden en un sentido suficientemente amplio, es decir, porque, según ha mostrado Jesús Mosterin (1977, pág. 76-84), se atiende a racionalidades incompletas o parciales. La razón y la racionalidad constituyen un problema, pero uno que puede ser dilucidado racionalmente. La crítica de la razón es, al fin y a la postre, una empresa racional.
Así, la razón y la racionalidad, tomadas en sentido suficientemente amplio, no se cierran a los problemas, sino que más bien se abren a ellos.
Pág. 196.
ELOGIO DEL ATEISMO, Gonzalo Puente Ojea.
ResponderEliminarLa razón está sujeta a error, pero es la única facultad capaz de autoanalizarse, rectificarse o confirmarse en un proceso sin fin. Sólo ella penetra en el dominio de lo emocional para desvelar sus motivaciones y sus estructuras, y juzga y da cuenta de las llamadas actualmente --a menudo con velada intención apologética-- diversas racionalidades. Incluso lo que designamos como lo irracional entra en la órbita de la conciencia y de la reflexión mediante el aparato de la razón. En suma, la razón es el mismo juez, aun en la crítica de sí misma.
Pág. 29.
El enemigo del ser humano no es la razón, sino el mal uso de la razón, o la supresión de la razón. Sólo una ética individual y colectiva basada en la razón es la garantía de una vida digna y solidaria.
Pág. 60.
La explicación racional de lo existente se ha hecho ciertamente más ardua, compleja y probablemente más problemática, aunque jamás se desconfíe de la razón como la vía privilegiada hacia el conocimiento y supremo juez de todo, incluida ella misma. El nervio de la explicación racional sigue siendo la relación de causalidad entre los fenómenos.
Pág. 64.
El subterfugio de afirmar que la razón es múltiple, a fin de eludir, en la práctica teórica, las reglas universales del discurso racional en cuanto tal, debe ser rechazado como lo que es. La razón es una y la misma, en su función humana de conocer, y su adaptación metodológica a las singularidades o sinuosidades de cada objeto no invalida ni los principios lógicos, ni las reglas de observación, ni las exigencias de intersubjetividad, ni las posibilidades de objetivación, y aun de experimentación y mensurabilidad bajo ciertas condiciones, que deben dirigir, todos ellos, el ejercicio de esa función cognoscitiva.
Pág. 173.