miércoles, 29 de agosto de 2012

FERVOROSO CREYENTE, FERVOROSO AGNOSTICO, FERVOROSO ATEO





















FERVOROSO CREYENTE, FERVOROSO AGNOSTICO, FERVOROSO ATEO.

Fermín Huerta Martín

Mientras preparaba la publicación en mi blog de los artículos de julio y agosto del presente y recortado (por lo menos aquí en España) año 2012 hice un descubrimiento que me dejo estupefacto. Una vez agotados los artículos nuevos o por lo menos escritos en el transcurso del presente año, si no quería incumplir la promesa o el objetivo expuesto en Leer es disfrutar, escribir es sufrir, de publicar un artículo al mes, no me quedó más remedio que recurrir a mis viejos artículos mecanografiados.
Escribo cosas relacionadas con la filosofía desde 1985, aunque mi interés por la filosofía empezó antes, en 1977 con 15 años ya tenía “charlas filosóficas”, dos de las personas con las que iba al colegio terminaron estudiando la carrera de Filosofía, una de ellas es profesor en la actualidad, si la memoria y los apuntes que manejo no me fallan, el primer libro de filosofía que compré y leí, fue La genealogía de la moral de Friedrich Nietzsche en 1978 con 16 años. El motivo por el cual un adolescente que por aquel entonces leía a Agatha Christie, H. P. Lovecraft y Franz Kafka se puso a leer filosofía es bien curioso, en aquella época era un enfermizo  lector de comics, me gustaban mucho los de superhéroes (luego vinieron los de autor, Corben, Moebius, etc.), fui un coleccionista obsesivo, en la actualidad han hecho películas de la mayoría de los tebeos que leía en aquella época, incluso recientemente de Los Vengadores que eran mis favoritos. En una de mis visitas a la biblioteca se me ocurrió consultar en un diccionario la palabra “superhéroe”, en su lugar encontré “superhombre”,  en una de las definiciones se hablaba de que ese era uno de los cuatro temas de que hablaba Friedrich Nietzsche en su obra, los otros tres eran: el eterno retorno de lo idéntico, la muerte de Dios y la voluntad de poder. Pensando que los conceptos superhombre y superhéroe eran similares decidí comprarme un libro de Friedrich Nietzsche. Por aquel entonces era usual que muchas librerías tuvieran una estantería dedicada a la colección El libro de bolsillo de Alianza Editorial, dentro de la cual había varios libros de Nietzsche. Así que un día entré en una librería (ya desaparecida, en su lugar pusieron un “todo a cien”,un síntoma de los tiempos) y no recuerdo si era el único libro  que había de él o lo elegí por casualidad, el caso es que me compré La genealogía de la moral, ahora mismo ( el ahora del primer borrador escrito a bolígrafo del presente texto) tengo el libro en mis manos (dentro de 20 años quizás alguien dirá: tengo el archivo en mis manos dentro de mi libro electrónico), la mitad del libro se ha despegado en dos partes de su encuadernación primitiva, está lleno de frases subrayadas y también alguna anotación, todo con lapicero, en la actualidad me parece un sacrilegio subrayar un libro, los lectores empedernidos tenemos que ser conscientes de un dato fundamental, corroborado cada vez que compramos un libro de segunda mano, llegará un día en que tendremos que vender nuestros libros para poder comer, o bien, moriremos y nuestros hijos o mujer terminaran malvendiéndolos para ganar espacio y colocar cosas más decorativas. Hay otras alternativas, pero para mí son utópicas. Nunca olvidaré una experiencia que tuve hace años, cuando era joven y visitaba el Mercado de San Antonio de Barcelona (un lugar donde comprar y vender libros), escuché a un hombre mayor(rondaría los 70) intentando vender su biblioteca acumulada durante toda su vida, le contaba al supuesto comprador que tenía dos hijos, uno periodista y otra doctora, ninguno de los dos quería sus libros.
Lo que hagan con mis libros después de muerto importa poco, lo que me parece insoportable es deshacerse de ellos en vida. Por eso recuerdo siempre el dolor de ese hombre en ese momento.
Moraleja:  preserva tus libros pues serán leídos por otros. Solo si tu persona termina siendo objeto de estudio, tiene alguna utilidad futura el subrayado o las anotaciones, sino haz como yo y toma notas en hojas aparte.
No me resisto a copiaros el contenido de una de las páginas (la 109) de mi ejemplar de La genealogía de la moral, subrayada y anotada con la palabra “Superhombre”, dice lo siguiente:
“Alguna vez, sin embargo, en una época más fuerte que este presente corrompido, que duda de sí mismo, tiene que venir a nosotros el hombre redentor, el hombre del gran amor y del gran desprecio, el espíritu creador, al que su fuerza impulsiva aleja una y otra vez de todo apartamiento y todo más allá, cuya soledad es malentendida por el pueblo como si fuera una huida de la realidad--: siendo así que constituye un hundirse, un enterrarse, un profundizar en la realidad, para extraer alguna vez de ella, cuando retorne a la luz, la redención de la misma, su redención de la maldición que el ideal existente hasta ahora ha lanzado sobre ella. Ese hombre del futuro, que nos liberará del ideal existente hasta ahora y asimismo de lo que tuvo que nacer de él, de la gran náusea, de la voluntad de la nada, del nihilismo, ese toque de campana del mediodía y de la gran decisión, que de nuevo libera la voluntad, que devuelve a la tierra su meta y al hombre su esperanza, ese anticristo y antinihilista, ese vencedor de Dios y de la nada --alguna vez tiene que llegar…”
Durante muchos años consideré que Nietzsche no era una buena opción como lectura iniciática en filosofía (pensaba que era mejor opción Bertrand Russell por ejemplo),pero después comprendí que  enfrentarse a una lectura compleja pero interesante es como un termómetro vital, indica la capacidad de superación y de estimulo frente al que simplemente suspende la lectura por vagancia mental o cualquier otra excusa.
La genealogía de la moral, que estaba en las antípodas de mis lecturas y de mis pensamientos, pues yo por aquella época era un fervoroso creyente católico, que rezaba cada noche, hablaba mucho con Dios (eran monólogos no diálogos) y le pedía algo cada día, La genealogía de la moral, digo, fue el libro culpable de que me aficionara a la filosofía y abandonase poco a poco mi creencia católica, pues después de el vino Así habló Zaratustra (tarde un año en leerlo y no debí captar mas del 1% de su contenido, creo recordar que una vez Gustavo Bueno dijo que ese libro le constaría entenderlo a un recién licenciado de filosofía) y luego todo lo demás, búsqueda de libros (algo ya de por si fascinante) y lecturas de nuevos autores, Tierno Galván, Puente Ojea, Bertrand Russell, Karl Popper, Mario Bunge, Gustavo Bueno, etc., por citar los mas importantes.
Este es resumido, el contenido de la primera transición de creyente a agnóstico.
Desde 1982 escribo un Diario filosófico, que recoge principalmente los libros que compro, los que leo, las reacciones a esa lecturas, lo que escribo y pensamiento de índole filosófico. Con el tiempo ese Diario me es de gran ayuda para cuando falla la memoria, también para reírse de uno mismo, al leer cosas ridículas escritas en la juventud (pensándolo bien sigo escribiendo cosas ridículas).
Gracias a esa información, puedo ahora saber cuando empecé a escribir filosofía, antes había escrito alguna que otra cosa, relatos cortos en su mayoría, alguna cosa publiqué en un fanzine, el resto fueron autoediciones hechas a fotocopia y repartidas entre los amigos (sin duda un suplicio para ellos). El caso es que el día 28 de marzo de 1985 recoge mi diario “El lunes pasado concebí las bases de lo que tenía que ser un breve escrito titulado: Utilización errónea de los conceptos absolutos: Universo, Infinito, Dios y Nada”. Me cuesta imaginarme un título mas pretencioso y grandilocuente. Luego sigue: “Mas tarde amplié estos pensamientos y he desarrollado lo que sería mi primer Sistema Filosófico definido, hasta ahora solo tengo una dificultad teórica, el concepto tiempo en el momento de hablar de la duración del universo que se contiene a si mismo. Espero resolverlo para poder escribir mi sistema completo”. 27 años después esa “dificultad teórica” sigue presente y peor de irresoluble. Tres años después terminé mi primer artículo filosófico de 22 páginas, titulado Consideraciones filosóficas. Desde entonces he escrito cuando he tenido una necesidad imperiosa, por aquello que contaba en Leer es disfrutar, escribir es sufrir, de que leer era mas satisfactorio y menos esforzado. Un artículo en 1989, 3 en 1990, 1 en 1991, 1 en 1992, 3 en 1993, 1 en 1994, 1 en 1995, 1 en 1997, 1 en 1999, 1 en 2001, 1 en 2002, 2 en 2005, 2 en 2006, 3 en 2009, 6 en 2010, 9 en 2011, aunque disperso en todos estos años esta el esfuerzo para elaborar la dos bibliografías que finalmente publiqué en el blog, de mis dos autores favoritos, Gustavo Bueno y Mario Bunge. Con el blog me obligo a escribir.
Toda esta excursión de palabras viene a cuento de la segunda transición, de agnóstico a ateo, como decía al principio, ojeando los artículos antiguos para publicarlos en el blog, caí en la cuenta de que en el artículo escrito en 2001 (Dios y el mal) todavía me declaraba agnóstico, en el primero de 2009 (Gustavo Bueno y los crucifijos) ya afirmaba mi ateismo. En los 5 artículos que separan uno de otro (8 años) no tengo pistas. Recuerdo aquella época, pero curiosamente no tengo anotaciones en el Diario filosófico sobre la transición, Confieso que si hay un autor que me influyó en esta segunda transición fue Gustavo Bueno, sus libros son lectura imprescindible en español sobre el tema, también el tipo de argumento que expuse en mi artículo Dios y el mal (espero publicarlo) me terminaron de decidir.
La cuestión es que hasta ahora cuando he publicado algún artículo de la época agnóstica he cambiado la autoafirmación de agnóstico por ateo, una forma de “actualizarlo”, sin embargo escribí algún artículo sobre el agnosticismo que lógicamente no puedo “actualizar” de la misma manera y que al releer ahora considero que tiene un mínimo de calidad como para publicarse.
Así que explicando el titulo puedo decir que he sido un fervoroso creyente un fervoroso agnóstico y un fervoroso ateo. Las dos transiciones han sido por culpa de lecturas y reflexiones (conclusión rápida: si no quieres perder la fe, no leas ni pienses). Las dos transiciones se han alargado en el tiempo y han representado un cambio de postura intelectual que podría considerarse una metamorfosis vital, con todo lo que eso conlleva, aceptar que estabas equivocado, que defendías una postura errónea, pero de eso se desprende algo absolutamente positivo, como es el hecho de haber sido capaz desde unas coordenadas determinadas de haber visto la validez de una argumentación hecha desde otras coordenadas distintas y hasta contrapuestas, pudiendo abrazar esta nueva posición como propia. También es muy positivo (o al menos a mi me lo parece) el hecho de que cuando discuto con un creyente o un agnóstico, puedo ponerme en su lugar para comprender su postura, porque yo he sido como el, lo he vivido, conozco el estado mental desde el que me discuten. Por supuesto esto no quiere decir que mi postura sea superior o que ese mero hecho me de la razón, pues también  podría darse el caso inverso de un ateo que se convierta al agnosticismo y después abrazara alguna creencia religiosa, el cual estaría en la misma posición que yo, con respecto a comprender al otro.
Yo no descarto volver a cambiar de opinión, solo me tienen que convencer con un buen argumento, si es posible que no incluya la amenaza del castigo.
Mientras tanto la vida pasa y tenemos que seguir atentos a los acontecimientos del mundo, acontecimientos de toda índole, políticos, artísticos, científicos, filosóficos, etc., pues de ellos hemos de seguir extrayendo conclusiones que alimenten o contradigan nuestras posturas, nunca podemos abandonar una posición critica aun dentro de una cosmovisión determinada, seria como un equilibrio entre el “dogmatismo” de defender una “ortodoxia” determinada y la alerta “critica” necesaria para poder cambiar de opinión sobre el tema que sea, cuando se presentan unas argumentaciones sólidas. Todo ello inmerso en un proceso que solo termine con la muerte. Esto no es incompatible con el fervor de defender una posición en un momento determinado.