viernes, 30 de noviembre de 2012

LOS LIBROS DEL SEÑOR J.
















LOS LIBROS DEL SEÑOR J.

Fermín Huerta Martín


La casualidad ha querido que algo de lo que hablaba en mi artículo Fervoroso creyente, fervoroso agnóstico, fervoroso ateo, se materializara ante mis narices de la manera mas sorprendente y radical. El pasado día 22 de septiembre de 2012 tuve la suerte de ir a la 61ª Feria del libro de ocasión antiguo y moderno de Barcelona, la felicidad fue doble pues me acompañó mi amigo Ramón Martín y al placer de la visita libresca se unió el placer de la conversación. A los que amamos los libros, pocos planes nos pueden parecer mas a apetitosos que visitar una librería, un mercadillo o como en este caso una feria dedicada a los libros. En el tercer o cuarto puesto de venta que visitábamos reconocí inmediatamente el peculiar diseño de portada del libro Materialismo y ciencia de Mario Bunge, estaba encima de una pila de libros no demasiado bien ordenada y sin ningún papel identificativo referente a la temática o autor, los libreros de viejo van comprendiendo que tienen que clasificar sus existencias de libros para facilitar el ojeado de los mismos. En este caso, tal hecho no se daba, los libros parecían presentar una unidad, un conjunto, solo por un cartel que anunciaba su precio, 1 libro 10 euros, 3 libros 25 euros y 6 libros 40 euros. Ante el reclamo visual del libro de Bunge me acerqué inmediatamente, hace tiempo que conseguí Materialismo y ciencia, puedo decir que quizás fue uno de los libros mas buscados por mi en una época de mi vida, primero lo conseguí en fotocopias (en parte en la Biblioteca de Catalunya y en parte en la Biblioteca Nacional) y posteriormente en su única edición hasta el momento de Ariel del año 1981 gracias a Internet (la librería y biblioteca mas grande del mundo), ahora parece que existe un proyecto de reedición por parte de Laetoli de este y otros libros de Bunge.
Un vistazo rápido a los libros que rodeaban el escrito por Bunge me hizo reconocer enseguida una unidad mas profunda que la del mero cartel de precios, aquella unidad no la había dado el librero (conscientemente al menos) porque entonces hubiera puesto como mínimo 2 letreros encima de los libros: Filosofía y Ciencia, la unidad la daba la temática de los mismos, si la memoria no me falla había libros de la siguiente temática: divulgación científica, filosofía de la ciencia, marxismo, filosofía, critica a la religión y a las pseudociencias. Al ir ojeándolos surgió un nuevo indicio de unidad, en la primera página de cada libro podía verse una marca de tinta puesta con un tampón  a modo de ex libris, donde ponía el nombre de un (imagino) matrimonio, dirección y número de teléfono, también venia la fecha de compra del libro, su precio en pesetas y euros, así como en algunos, un punto rojo adhesivo en el lomo inferior. Muchos de aquellos libros ya los tenía yo, enseguida me vino una imagen mental surrealista imposible, me dio la impresión de estar contemplando los libros de mi propia biblioteca vendidos después de mi muerte. Cuando me sobrepuse a la impresión empecé a revisarlos y a escoger los que quería comprar, si en física importa el espacio y el tiempo, en la afición a los libros importa el espacio (para guardarlos) el tiempo (para leerlos) y el dinero (para comprarlos), si yo poseyera estas tres cosas hubiera comprado todos sus libros que no tenía, pero como no es así aproveché la oferta y compré 6 libros, para que tengáis una idea del material comprado aquí os lo copio:
En busca de lo real. La visión de un físico. Bernard d´Espagnat
Matemáticas, ciencia y epistemología. Imre Lakatos
Fundamentos de la matemática. Albert Dou
Ensayos sobre el pensamiento científico en la época de Einstein. Gerald Holton
Critica de la Religión y del Estado. Jean Meslier
Al día siguiente sentí una gran curiosidad y con la inestimable herramienta de Google investigué al anterior propietario de los libros, aquí lo llamaré el señor J., apenas encontré información sobre el, la fecha de su muerte en este mismo año, a que se dedicó laboralmente y algunas cartas al director publicadas en diversos periódicos, de estas últimas deduje el perfil que había sospechado debía de tener por los libros que compraba, cartas criticas con la religión, la pseudociencia, a favor del racionalismo  y del conocimiento científico.
Los libros viejos habían servido de nexo de unión de dos personas que no se habían conocido nunca y que sin ellos seguramente nunca se conocerían. De todo esto me vino otra imagen mental, recordando una idea de Dawkins podríamos parafrasearla y decir: el hombre es el medio que usa un libro para pasar de una biblioteca a otra.
Naturalmente ignoro las circunstancias concretas que rodean este ejemplo particular, no se quien heredó sus libros, si su mujer o hijos, ni cuales fueron los motivos de su venta, motivos económicos (siempre tan prioritarios) motivos de espacio (el saber si ocupa lugar), o el que fuese. El caso es que la biblioteca del señor J. (si no estoy equivocado, técnicamente una colección de libros no se considera una biblioteca hasta que no llega a los 1000 volúmenes, no se si la del señor J. reunía este requisito, la mía todavía no llega a esa cantidad), esa colección de papeles impresos que atesoró durante años se ha roto,  ignoro si en su totalidad o en parte, dado que deduzco que el señor J. era ateo como yo, no puedo decir que esté contemplando el acontecimiento desde ningún más allá, y se entristezca por ello. Ni le puedo dar el mensaje de que los libros suyos que he comprado estarán bien hasta que yo muera o tenga que venderlos para comer. Lo único positivo del caso es el conocimiento concreto de esta persona fallecida como ejemplo de ser humano existente con similares inquietudes intelectuales que las mías (un “yo mismo” en un estado mas avanzado). Presupongo siempre la existencia de muchas personas con aficiones intelectuales, no profesionales (profesores, catedráticos, investigadores, etc.).
Seguramente algunos de sus libros habrían tenido antes otro dueño y espero que después de mi tengan mas dueños.
Recientemente se están difundiendo cada vez mas los llamados e-book o libro electrónico, este verano mi mujer me regalo uno por cumplir 50 años, al comentárselo a una compañera de trabajo, me decía: ¿No echas de menos el tacto, el olor del libro?, y le contesté que no, lo importante es la comunicación del contenido y en ese aspecto el libro electrónico cumple como el de papel. La verdad es que yo mismo he quedado sorprendido de mi adaptación al mismo. Lo primero que leí con el fue el trabajo de fin de máster  presentado por Heriberto Janosch González titulado Efectos del estrés de aislamiento social en la tasa cardíaca, la temperatura corporal y la actividad circadiana en ratas macho viejas. Y ahora estoy disfrutando de Historia del materialismo de Federico Lange.
El disfrute es similar al del papel, sin el inconveniente de estar sujetando un libro de 500 páginas, sino un aparatejo que pesa menos de 200 gramos. Todo esto viene a cuento de que si estos artilugios modernos hubieran existido desde la época en que el señor J. empezaba a comprar libros y los hubiera ido guardando en sucesivos libros electrónicos o en ordenadores personales, no hubiéramos llegado a esta situación, el heredero se hubiera limitado a quedarse el libro electrónico o borrar el contenido para venderlo “limpio”, o venderlo con el contenido, pero en este ultimo caso solo habría un conocedor de los libros del señor J., mientras que la multiplicidad de soportes que implican los libros de papel hacen que la exhibición publica (impúdica si no es consentida) que supone la venta de una biblioteca pueda repercutir en cada uno de los compradores por separado.
Puede que con el tiempo lleguemos a ese panorama y los libros de papel estén solo en museos.
La cuestión es que todo el conocimiento acumulado por el señor J. se ha perdido para siempre, quedan sus cartas a los periódicos y sus charlas con amigos. Ya no queda su biblioteca que ha sido dispersada, ahora los libros que se vendan irán a otras bibliotecas. Todo lo que el señor J. no haya objetivado (escrito, grabado, etc.) se perderá irremediablemente para siempre.
Ahora cuando yo lea sus libros me será imposible evitar pensar: ¿Qué reflexiones tuvo el señor J. mientras leía este libro?