sábado, 18 de agosto de 2018

HENRI BERGSON Y LA ANTINOMIA DEL TIEMPO























HENRI BERGSON Y LA ANTINOMIA DEL TIEMPO

Fermín Huerta Martín

“Primer conflicto de las ideas trascendentales
Tesis
El mundo tiene un comienzo en el tiempo y con respecto al espacio está encerrado en límites.
Antítesis
El mundo no tiene comienzo ni límites en el espacio, sino que es infinito tanto en el tiempo como en el espacio.”
Crítica de la razón pura. Immanuel Kant

(1)
“Kant no se equivoca, pero Bergson hace algo tan simple y tan lógico que resulta cómico. Cada vez que se cruza dos términos dualizados que se corresponden y de los cuales no puede explicarse la correspondencia sin caer en una antinomia, dice: “Miren, el problema es que están tomando dos términos como dados, cuando en realidad son producto diferencial, sedimento diferencial de un mismo proceso fluido, móvil, en el cual se encontraban aún indiferenciados. Esa pertenencia común es lo que explica la correspondencia”. Así avanza, un paso tras otro levantando por el mismo impulso, en el sujeto y el objeto, en el espacio y el tiempo, en la materia y la memoria. Lo importante no es que explique, de hecho no explica nada. No “resuelve” ningún problema, los deshace, “resuelve” la antinomia de la única manera en que se puede, disolviéndola.”
Kant y el tiempo. Gilles Deleuze

El desarrollo de este artículo tiene como objetivo intentar comprender como Bergson “disuelve” la antinomia. El meollo de la cuestión (desde la coordenada presentista en la que me muevo) estaría en lo que Kant puntualiza en la demostración de la tesis: “es imposible una serie cósmica infinita transcurrida”. Dice Bergson en otro contexto (argumentos de Zenón) en su libro Materia y memoria: “La única cuestión es saber si,  planteado el movimiento como un hecho, existe un absurdo en cierto modo retrospectivo en que un número infinito de puntos hayan sido recorridos.”
Copio a continuación fragmentos de la obra de Bergson donde se pronuncia sobre este tema:
(2)
“En el fondo, es por no haber distinguido grados en la espacialidad por lo que Kant tuvo que admitir el espacio enteramente hecho (de ahí la cuestión de saber cómo se adapta a ese espacio la “diversidad sensible”). Por esa  misma razón  creyó que la materia se había desarrollado por completo en partes absolutamente exteriores unas a otras, y de ahí las antinomias, de las que se ve sin esfuerzo que la tesis y la antítesis suponen la perfecta coincidencia de la materia con el espacio geométrico, pero que se desvanecen en cuanto se deja de extender a la materia lo que es verdad para el espacio puro.”
La evolución creadora
(3)
“La obra propia de Kant, nos decía, a propósito del enlace que une la primera y la tercera de sus antinomias, consistió en reducir el problema de la libertad humana al problema del origen del todo. Si hay un origen del todo, si la duración es finita, hay libertad en el comienzo del todo, y, por consiguiente, en el interior de las cosas. Si, por el contrario, no hay origen del todo, si la duración es infinita y eterna, si no hay comienzo absoluto, no podría haber libertad en el interior de la serie. Kant tropezó con esta antinomia. Pero, observaba Bergson, si se prueba por los hechos que la duración es finita, que el mundo tuvo un comienzo (y lo probaría, algunos años más tarde, por la consideración atenta de la ley de degradación de la energía) la antinomia desaparece, la libertad aparece como posible.”
(4)
“Los conceptos mismos se dan de ordinario por parejas y representan los dos contrarios. De ahí una tesis y una antítesis que intentamos reconciliar vanamente por medio de la lógica, por la razón muy simple de que nunca, con conceptos, con signos, o desde determinados puntos de vista, llegaremos a hacer una cosa. Este es, sin embargo, el procedimiento habitual de la inteligencia; ésta es la razón de su fracaso. ¿Con decirlo, rebajamos a la inteligencia? Muy al contrario: esta doble contestación es la única que permite restituir a la inteligencia su verdadero papel, su valor propio, en una palabra su grandeza. Las doctrinas intelectualistas, por la posición de las antinomias a las que aboca naturalmente la inteligencia especulativa, y por la imposibilidad en que ellas se encuentran de resolverlas deben concluir en la impotencia final de la inteligencia: instalan la contradicción en el corazón mismo del objeto y del método por medio del cual nos esforzamos en aprehenderlo. Por haber desconocido estos límites, la inteligencia corre el riesgo de comprometer su valor: presa de un orgullo desmesurado cae en un escepticismo incurable que le impide alcanzar jamás lo absoluto. Por el contrario, si admitimos que la razón no dijo su última palabra, que tiene recursos en reserva, trataremos de remontar la pendiente de la naturaleza, es decir, de la acción;  nos esforzaremos por despertar, tras nuestra facultad de concebir, nuestra facultad de percibir, dilatada, ampliada, para encontrar de nuevo, tras los conceptos antagónicos y complementarios, la intuición que los sostiene; tras los signos del objeto, el objeto mismo que ella percibe; y pasaremos inmediata y naturalmente de ahí a los dos conceptos contrarios, tesis y antítesis, de los que aprehender entonces, a un mismo tiempo, cómo se oponen y cómo se concilian.”
(5)
“-¿Cómo ha llegado usted a la idea de creación? ¿Acaso por una influencia religiosa, como parece suponerlo Söderblom?
De ningún modo. La idea de creación estaba indisolublemente enlazada a mi descubrimiento del tiempo, y se reveló a mí al mismo tiempo que aquél, cuando comencé a desprenderme de Spencer. Para mí, la creación, es la aparición de algo nuevo e imprevisible. De la nada, nada puede proceder (la nada es impensable, es imposible). Debe existir el Ser, la fuerza creadora… Ahora bien, no veo razones para que el mundo haya existido siempre. Incluso me parece sumamente probable que no haya existido siempre…”
Conversaciones con Bergson. J. Chevalier
(6)
“Si bien la marcha habitual del pensamiento es prácticamente útil, cómoda para la conversación, la cooperación, la acción, ella conduce a problemas filosóficos que son y seguirán siendo insolubles, ya que están planteados al revés. Es precisamente porque se los veía insolubles, y en tanto no aparecían como mal planteados, que se concluía en la relatividad de todo conocimiento y en la imposibilidad de alcanzar lo absoluto. El éxito del positivismo y del kantismo, comportamientos de espíritu más o menos generales cuando comenzamos a filosofar, provenía principalmente de allí. Poco a poco debíamos renunciar a la actitud humillada, a medida que nos dábamos cuenta de la verdadera causa de las antinomias irreductibles. Ellas eran de fabricación humana. No provenían del fondo de las cosas, sino de un transporte automático a la especulación de los hábitos contraídos en la acción. Lo que un dejar-hacer a la inteligencia había hecho, un esfuerzo de la inteligencia lo podía deshacer. Y eso sería una liberación para el espíritu humano.”
(7)
“Como es indiscutible que siguiendo los datos habituales de nuestros sentidos y de nuestra conciencia desembocábamos, en el orden especulativo, en contradicciones insolubles, concluyeron de eso que la contradicción era inherente al cambio mismo y que, para sustraerse de dicha contradicción, había que salir de la esfera del cambio y elevarse por encima del Tiempo, Tal es el fondo del pensamiento de los metafísicos, como también de aquellos que, con Kant, niegan la posibilidad de la metafísica.”
(8)
“Las dificultades inherentes a la metafísica, las antinomias que provoca, las contradicciones en las que cae, la división en escuelas antagónicas y las oposiciones irreductibles entre sistemas, provienen en gran parte del hecho de que aplicamos al conocimiento desinteresado de lo real los procedimientos de los que corrientemente nos servimos en una meta de utilidad práctica. Provienen principalmente del hecho de que nos instalamos en lo inmóvil para acechar el movimiento a la pasada, en lugar de situarnos en lo moviente para atravesar con él las posiciones inmóviles. Provienen del hecho de que pretendemos reconstruir la realidad, que es tendencia y por lo tanto movilidad, con los perceptos y los conceptos que tiene por función inmovilizarla.”
El pensamiento y lo moviente
(9)
“En efecto, asumo que nuestras facultades, en su funcionamiento normal, habitual, nos conducen, en la especulación, en la metafísica, a ciertos callejones sin salida; esto es, en los grandes problemas, nos conducen hacia una tesis y una antítesis que nuestras facultades son igualmente capaces de demostrar; lo que prueba que ni la una ni la otra son correctas ni aceptables. Asumo también que el ejercicio normal, habitual, de nuestras facultades intelectuales nos conduce, como ya demostró Kant, a antinomias imposibles de resolver. ¿Qué recurso queda, pues, a quien considera que las facultades intelectuales se ejercen normalmente como facultades orientadas hacia la especulación, cuyo objetivo es el conocer por conocer?
Siendo tales sus funciones, siendo tales sus objetivos, se han desempeñado en conformidad con sus metas y nos han llevado a antinomias irresolubles. En este caso, no nos queda más que renunciar a la especulación metafísica y, por haber creído que nuestra inteligencia es normalmente contemplativa, renunciar a formas de contemplación más elevadas. Hasta ahí nos lleva la crítica kantiana a través de las antinomias, al colocar a la inteligencia en su forma normal, ejercida normalmente, como una inteligencia orientada hacia la contemplación, hacia la especulación.
Pero si comenzamos por reconocer (y la experiencia y el análisis así lo demuestran) que nuestras facultades ejercidas normalmente, de la forma habitual, son facultades que no apuntan hacia la especulación sino hacia la acción, que tienen un objetivo sobre todo práctico y que nosotros estamos dirigidos antes que nada hacia la acción; que, como si estuviéramos fascinados por ella, se da una especie de imantación que atrae nuestro pensamiento, el cual (magnetizado por una especie de fricción) se dirige hacia la acción como una brújula apunta hacia el norte, entonces, al filósofo que venga a señalarnos los absurdos o al menos las antinomias a las que conduce la aplicación de esta forma habitual de pensar, podremos responderle: ¡la razón no ha dicho su última palabra! Tiene, quizá en reserva, ciertas fuerzas de las que ni siquiera sospechamos.
Sin duda se dirige hacia la práctica, como acabamos de mostrar; está imantada hacia la acción; pero ¿podemos acaso desmagnetizarla? Su inclinación natural la conduce hacia las antinomias, porque su inclinación natural es la de la acción. Intentemos desprendernos de la práctica que nos fascina, intentemos romper el hechizo. Tal vez no sea imposible. Y, en efecto, la prueba de que no es imposible es que nos estamos planteando el problema que ustedes han propuesto. Lo que muestra que, si bien es cierto que todas nuestras facultades se dirigen hacia la acción, existe una franja de especulación posible. Se trata, pues, de desviar su atención, de desviar la acción del punto que les fascina y así reconducir la inteligencia, por medio de un esfuerzo que, lo admito, va contra la naturaleza, hacia la especulación pura.”
Historia de la idea de tiempo
(10)
“Ahora, las antinomias kantianas implican también la confusión entre el tiempo y el espacio. Bergson examina a este respecto la primera y la tercera antinomia, Kant considera el tiempo alternativamente como algo espacial (y por tanto infinito) y en estado puro (y por tanto finito). Inversamente, mientras considera el espacio en estado puro, lo considera infinito, y cuando mezcla los elementos que toma prestados al tiempo, lo considera finito. Dado que el tiempo y el espacio no son concebidos de la misma manera, la tesis y la antítesis, no hay antinomia. En lo que concierne al tiempo, Kant acierta en la tesis y se equivoca en la antítesis. En lo que concierne al espacio, se equivoca en la tesis y acierta en la antítesis. La tercera antinomia tiene su origen en una confusión análoga.
Es, por tanto, de suma importancia para la filosofía distinguir claramente la idea del tiempo de la idea del espacio, así como marcar sus principales contrastes. En primer lugar, el espacio se concibe como infinito, puesto que se entiende como un todo dado y porque, además, es por definición misma el “contenedor universal”. Por el contrario, no podemos imaginar el tiempo más que como finito, puesto que no es algo que concibamos como ya hecho, sino como una operación continua y en vía de ejecución.”
“Veremos que, según Bergson, el tiempo se concibe como finito, y el espacio, como infinito”
Léonard Constant.  Anexo a Historia de la idea de tiempo

En esta selección de textos observamos diversas formas de encarar el problema que plantea la antinomia. En los fragmentos (2) (4) (6) (8) (9) se apela al método intuitivo, en el fragmento (3) se apela al conocimiento científico.
Efectivamente, el fragmento (3) que pertenece al delicioso libro de J. Chevalier Conversaciones con Bergson, que como su nombre indica recoge charlas con Bergson a  lo largo de los años, plantea que la ley de la degradación de la energía implica una duración finita del Universo, como si dijera: la degradación de la energía nos lleva a la muerte térmica del Universo, si el Universo fuera temporalmente infinito ya habríamos llegado  a eso. Si no se ha llegado es porque el tiempo transcurrido no ha sido infinito. Esta argumentación que es perfectamente válida, no intenta disolver la antinomia sino resolverla, no apela al método intuitivo como hace en los otros 5 fragmentos, conviene pues saber cómo es el método intuitivo de Bergson. Copio un fragmento de El pensamiento y lo moviente que nos dará una idea del mismo:
“La intuición de la que hablamos refiere entonces ante todo a la duración interior. Capta una sucesión que no es yuxtaposición, un crecimiento por el adentro, el prolongamiento ininterrumpido del pasado en un presente que se monta sobre el porvenir. Es la visión directa del espíritu por el espíritu. Ya nada interpuesto: nada de refracción a través del prisma una de cuyas caras es espacio y la otra, lenguaje. En lugar de estados contiguos a estados, que se convertirían en palabras yuxtapuestas a palabras, he aquí la continuidad indivisible, y por ello sustancial, del flujo de la vida interior. Intuición significa entonces ante todo conciencia, pero conciencia inmediata, visión que apenas se distingue del objeto visto, conocimiento que es contacto e incluso coincidencia. A continuación es conciencia ensanchada, que presiona sobre el borde de un inconsciente que cede y que resiste, que se rinde y se recupera. (…) La intuición nos introduciría en la conciencia en general. ¿Pero solo simpatizamos  con conciencias? Si todo ser viviente nace, se desarrolla y muere, si la vida es una evolución  y si la duración es aquí una realidad, ¿no hay también una intuición de lo vital, y por consiguiente  una metafísica de la vida, que prolongará la ciencia de lo viviente? Desde luego, la ciencia nos entregará cada vez mejor la físico-química de la materia organizada; pero la causa profunda de la organización, la cual vemos que no entra en el marco del puro mecanicismo ni en el de la finalidad propiamente dicha, que no es ni unidad pura ni multiplicidad distinta, que nuestro entendimiento caracterizará finalmente siempre mediante simples negaciones, ¿no lo alcanzaremos reconquistando a través de la conciencia el impulso de vida que está en nosotros?
Vamos aún más lejos. Más allá de la organización, la materia inorgánica se nos aparece sin duda como descomponible en sistemas sobre los cuales el tiempo se desliza sin penetrar, sistemas que atañen a la ciencia y a los cuales se consagra el entendimiento. Pero el universo material, en su conjunto, hace esperar nuestra conciencia; el mismo espera. O bien dura, o bien es solidario de nuestra duración. Se ligue al espíritu por sus orígenes o por su función, en un caso como en el otro depende de la intuición por todo lo que contiene de cambio y de movimientos reales. (…) En resumen, el cambio puro, la duración real, es algo espiritual o impregnado de espiritualidad. La intuición es aquello que alcanza el espíritu, la duración, el cambio puro. Siendo su dominio propio el espíritu, quisiera  captar en las cosas, aun materiales, su participación en la espiritualidad (diríamos en la divinidad, si no supiéramos todo lo que todavía se mezcla de humano en nuestra conciencia, aun purificada y espiritualizada). Esta mezcla de humanidad es justamente lo que hace que el esfuerzo de intuición pueda realizarse a alturas diferentes, sobre puntos diferentes, y producir en diversas filosofías resultados que no coinciden entre ellos, aunque no sean en absoluto inconciliables.
Que no se nos pida entonces una definición simple y geométrica de la intuición. Será muy fácil mostrar que nosotros tomamos la palabra en acepciones que no se deducen matemáticamente unas de otras. (…) De lo que no es abstracto y convencional, sino real y concreto, con mayor razón de aquello que no es reconstituible con componentes conocidos, de aquella cosa que no fue recortada en el todo de la realidad por el entendimiento ni por el sentido común ni por el lenguaje, uno solo puede darse una idea tomando sobre ella vistas múltiples, complementarias y no equivalentes. (…) Hay sin embargo un sentido fundamental; pensar intuitivamente es pensar en duración. La inteligencia parte por lo general de lo inmóvil, y reconstruye bien que mal el movimiento con inmovilidades yuxtapuestas. La intuición parte del movimiento, lo coloca o más bien lo percibe como la realidad misma, y no ve en la inmovilidad más que un momento abstracto, instantánea tomada por nuestro espíritu sobre una movilidad. La inteligencia se da por lo general cosas, entendiendo por ello lo estable, y hace del cambio un accidente que se superpondría a lo estable. Para la intuición lo esencial es el cambio: en cuanto a la cosa, tal como la entiende la inteligencia, es un corte practicado en medio del devenir y erigido por nuestra mente como sustituto del conjunto. El pensamiento se representa habitualmente lo nuevo como una nueva disposición de elementos preexistentes; para él nada se pierde, nada se crea. La intuición, apegada a una duración que es crecimiento, percibe allí una continuidad ininterrumpida de imprevisible novedad; la intuición ve, sabe que el espíritu saca de sí mismo más de lo que tiene, que la espiritualidad consiste en eso mismo, y que la realidad, impregnada de espíritu, es creación. El trabajo habitual del pensamiento es fácil y se prolonga tanto como se quiera. La intuición es trabajosa y no podría durar. Intelección o intuición, el pensamiento utiliza siempre sin duda el lenguaje; y la intuición, como cualquier pensamiento, acaba por alojarse en conceptos: duración, multiplicidad cualitativa o heterogénea, inconsciente, (incluso diferencial, si se toma la noción tal como era al comienzo). Pero el concepto que es de origen intelectual es inmediatamente claro, al menos para un espíritu que pudiera dar a luz el esfuerzo suficiente, mientras que la idea resultante de una intuición comienza en general por ser oscura, cualquiera sea nuestra fuerza de pensamiento. Es que hay dos tipos de claridad.
Una idea nueva puede ser clara porque nos presenta ideas elementales que ya poseíamos, simplemente dispuestas en un nuevo orden. No hallando entonces en lo nuevo más que lo viejo, nuestra inteligencia se siente entre amigos; está cómoda; “comprende”. Tal es la claridad  que deseamos, que buscamos, y de la cual agradecemos  a aquel que nos la aporta. Hay otra claridad, que padecemos, y que por otra parte solo se impone a la larga. Es la de la idea radicalmente nueva y absolutamente simple, que capta aproximadamente una intuición. Como no podemos reconstituirla con elementos preexistentes, puesto que no posee elementos, y como, por otra parte, comprender sin esfuerzo consiste en recomponer lo nuevo con lo viejo, nuestro primer movimiento es el de decirla incomprensible. Pero aceptémosla provisoriamente, paseémonos con ella en los diversos departamentos de nuestro conocimiento; a veremos, oscura, disipar oscuridades. A través de ella, problemas que estimábamos insolubles van a resolverse o más bien a disolverse, sea para desaparecer de manera definitiva sea para plantearse de otro modo. De lo que habrá hecho respecto a esos problemas se beneficiará entonces a su vez. Cada uno de ellos, intelectual, le comunicará algo de su intelectualidad. Así intelectualizada, podrá ser dirigida nuevamente sobre los problemas que le habrán servido luego de haberse servido de ello; disipará, todavía mejor, la oscuridad que los rodea, y se volverá ella misma más clara. Hace falta entonces distinguir entre las ideas que guardan para sí mismas su luz, haciéndola penetrar por otra parte luego en sus mínimos recovecos, y aquellas cuya proyección es exterior, que iluminan toda una región del pensamiento. Estas pueden comenzar por ser interiormente oscuras; pero la luz que proyectan en torno a ellas les vuelve por reflexión, penetra en ellas cada vez más profundamente; y tienen entonces el doble poder de iluminar al resto y de iluminarse ellas mismas. (…) Asignamos entonces a la metafísica un objeto limitado, principalmente el espíritu, y un método especial, ante todo la intuición. Por eso distinguimos claramente la metafísica de la ciencia. Pero también por eso le atribuimos un igual valor. Creemos que pueden, una y otra, tocar el fondo de la realidad. Rechazamos las tesis sostenidas por los filósofos, aceptadas por los científicos, sobre la relatividad del conocimiento y la imposibilidad de alcanzar lo absoluto.”
Intentar poner en práctica este método requiere un esfuerzo personal: “Hace falta todo un trabajo de desmonte para abrir los caminos a la experiencia interior. La facultad de intuición existe en efecto en cada uno de nosotros, pero recubierta por funciones más útiles a la vida.”
Aplicarlo exige un cambio de mentalidad que no es sencillo. Quiero indicar que si se acepta la existencia de estos dos métodos razón/intuición con todos los matices que da Bergson, la crítica a sus resultados (como la que voy a hacer yo) queda contaminada por esa dicotomía. Es decir, solo si soy capaz de efectuar el cambio de mentalidad que exige asumir el método intuitivo, tendrá alguna validez mi crítica que de otra forma se podría anular diciendo que la crítica está hecha desde la posición racional y no ha captado la posición intuitiva. Por lo tanto intentaré que mi critica no solo este hecha desde la inercia racional de mi vida sino que asuma también de alguna manera la posición de Bergson de manera que pueda decirse que es una crítica interna.
El problema es que aun partiendo de sus postulados no veo que Bergson ni disuelva el problema ni lo solucione, mas parece que da indicaciones para que siguiendo su método cada uno personalmente intente realizar tal tarea. Me parece que sus explicaciones no están completas, o yo no las capto con o sin el uso del método intuitivo. Quizás no he logrado salir del método racional. Incluso el intento de disolver el problema, por ejemplo en (2) requiere alguna explicación más para su comprensión, que no se está dando. ¿Cómo debo entender o captar la materia para no verla como espacio puro? En (4) ¿Cómo es la intuición que los sostiene? Y así con todos.
Es posible que el fallo resida en lo que menciona Bergson en El pensamiento y lo moviente: “La intuición solo se comunicará por otra parte a través de la inteligencia. Es más que idea; sin embargo, para transmitirse, tendrá que cabalgar sobre ideas. Al menos se dirigirá preferentemente a las ideas más concretas, que rodean todavía una franja de imágenes. Comparaciones y metáforas sugerirán aquí lo que no se llegará a expresar.”
Pero si no se supera este escollo, los resultados no podrían ser comunicables y estaríamos frente a un conocimiento personal intransferible que no tendría que ser necesariamente falso. De ahí lo mencionado más arriba de las indicaciones personales.
En (5) dice tres cosas muy importantes:
-De la nada, nada puede proceder (la nada es impensable, es imposible).
-Debe existir el Ser, la fuerza creadora…
-No veo razones para que el mundo haya existido siempre. Incluso me parece sumamente probable que no haya existido siempre.
Estas tres cosas conjugadas  dan una nueva visión sobre la pretendida disolución o resolución de la antinomia del tiempo. Efectivamente, por una parte se acoge a un enunciado de la antinomia: el mundo no ha existido siempre, por lo tanto tiene comienzo en el tiempo, por otra parte si la nada es impensable y debe existir el Ser, el inicio del mundo debe darse en algo que existía previamente, aunque en su obra queda insinuado de alguna manera es en el libro Conversaciones con Bergson donde dice:
“Remonto así a un “impulso vital”. Sin duda, este impulso proviene de alguna parte. Pero, ¿de dónde? No digo nada de ello, porque con los materiales de que dispongo como autor de La evolución creadora no alcanzo ese conocimiento. Es claro que he nombrado esa causa; y desde el momento que la nombro, no puedo por menos de llamarla Dios. Pero si me atengo a La evolución creadora, ese Dios es sólo conocido como la causa x de un mundo finito e imperfecto: en particular, nada lo revela aquí como Providencia.” Esta idea no convierte el pensamiento de Bergson inmediatamente en espiritualismo o idealismo, Bergson hace gala de gran honestidad intelectual cuando en Conversaciones con Bergson distingue el Bergson que expresa sentimientos personales del Bergson filósofo. Y la mejor prueba de ello es que parte de su pensamiento puede reinterpretarse desde el Materialismo filosófico (MF) de Gustavo Bueno como intentare demostrar en un futuro artículo. Una primera conclusión de ello sería la identificación del Dios de Bergson con la Materia Ontológico-General (MOG) de Bueno. Todo esto significa que ni hay disolución ni hay solución de la antinomia, a no ser que se circunscriba la antinomia al mundo creado por Dios o que surge de la MOG y se dé como solución lo propuesto desde el MF: “Cursos materiales en alguna forma de devenir tuvieron que confluir y codeterminarse para dar lugar a la conformación del Universo y de los sujetos operatorios humanos y animales. Pero sería gratuito, o en todo caso no habría fundamentos positivos, para pensar este devenir «según un antes y un después»”. En Bergson podemos encontrar un pasaje en el Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia muy parecido: “No hay, pues, que decir que las cosas exteriores duran, sino más bien que hay en ellas alguna inexpresable razón en virtud de la cual no podríamos considerarlas en momentos sucesivos de nuestra duración sin registrar que han cambiado. Por lo demás, ese cambio no implica sucesión.”. Esto supone un grave error para ambos sistemas (que solo estaría justificado por el intento que supone de resolución de un problema difícil, sin esta apuesta el sistema no estaría completo, no sería sistema) porque parecen confundir los acontecimientos con su comprobación. Dan la sensación de que la existencia del hombre en el Universo introduce el tiempo, la sucesión y todos los problemas asociados, y que antes de esto había una sopa atemporal a la que da igual llamar Dios o MOG y que no daba ningún problema. Dice Gustavo Bueno en El puesto de Ego transcendental en el materialismo filosófico: “Queremos decir más bien que el papel que Dios desempeña en los sistemas ontoteológicos asume algunas funciones análogas a las que corresponden a la MOG en el MF”.
Pero esta supuesta solución o disolución no puede ser satisfactoria, porque el problema seguirá intacto, como he intentado demostrar en artículos como Tiempo y devenir en el materialismo filosófico.
La conclusión por mi parte es que no hay ni disolución ni solución de la antinomia, si acaso un grupo de instrucciones por parte de Bergson para que a nivel personal y no comunicable llegar a un estado mental donde se encuentre tal disolución (cosa que yo no he conseguido). Quizás el resultado de esa intuición, si finalmente pudiera ser expresable en un enunciado con un mínimo de inteligibilidad sería esta frase de su libro Las dos fuentes de la moral y de la religión, que a su vez sería una renuncia a disolver la antinomia kantiana tomando postura por una de las soluciones, pero esta sería una toma de postura en apariencia contraria a lo anteriormente expuesto, en realidad es una asunción de lo dicho, el problema no se soluciona restringiendo el asunto al plano mundano (en la terminología del MF de la ontología-especial) sino que hay que afrontar el plano de la ontología-general:
“Sólo hemos querido demostrar con esta comparación, que la complicación, aun la complicación sin límites, no es signo importante, y que una existencia simple puede exigir condiciones cuyo encadenamiento no tenga fin.”

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